lunes, diciembre 31, 2012

aquí, ahora



Peter Sacks, Durban Point (Indian Ocean), 2009-12


Una lluvia menuda nos calaba los huesos.
Nadie miró la hora, sin embargo.
Callar era el camino, los pies en el camino.


monósticos, 3

viernes, diciembre 28, 2012

john hewitt / sustancia y sombra





Hay una desnudez en las imágenes
con las que aplaco el tiempo
por defender mi mente;
se bastan y se sobran con sus tercos secretos;
inútil sublevarse contra su reticencia:
el chapuzón de un alcatraz,
garzas junto a un estanque,
ese grajo que vuelve con el último sol,
una araña encogida sobre un tallo de helecho
y cardos en la copa de un manojo de mies,
una roca en la escarpa, moteada de liquen,
los destellos del sol en los carámbanos,
su durable sentido cifrado en atributos
de textura, color, silueta y nada más.
Son nítidas, exentas, sencillas, propias de
la pequeña república que he demarcado
como el acre seguro donde mi juicio acierta,
mientras alrededor de sus confines
se extienden los escombros de la duda.

Mi lámpara ilumina la tetera en el fuego
y proyecta su sombra en la pared de cal
como un perfil asirio rematado, en lo alto,
por un yelmo con cresta de serpiente o de ave;
pero sigue siendo una sombra; cuando muevo
la lámpara o aparto la tetera se esfuma
y quedan al garete sustancia y sombra, desgajadas,
esas que solo el bronce apuntalaba, bronce o piedra.


trad. J. D. / el original, aquí


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Una de las antologías que más frecuento últimamente es 20th-Century Irish Poems, editada por el poeta irlandés Michael Longley y publicada por Faber & Faber hace justamente diez años, en 2002. Longley tiene un gusto infalible y nada dogmático, le da a cada quien su espacio y sabe elegir los mejores poemas, o los más característicos, de cada autor. Longley, de obra tan escueta como intensa, confiesa haber dado rienda suelta a su pasión por el poema breve, y el libro contiene algunos ejemplos memorables, como la «glosa» de Thomas Kinsella que traduje y colgué en esta bitácora hace algo más de un año. Pero hay más ejemplos, desde alguna pieza poco conocida de James Joyce a instantáneas de escritores contemporáneos como Greg Delanty, Gerald Dawe o Mary O’Malley.

Un poema algo más extenso que el de Kinsella pero igualmente célebre es este de John Hewitt (1908-1987), que me atrapó desde sus primeros versos y que llevaba meses queriendo traducir. Es una de esas piezas que a uno, la verdad, le habría gustado escribir, supongo que porque tienen algo de lema o de divisa y evocan lecturas de hace años. Este «Sustancia y sombra» es una poética, sí, pero es bastante más que eso: resume o encarna en un puñado de versos una moral de vida, una forma de estar en el mundo y de relacionarse con él. Conozco mal y poco la poesía de Hewitt, maestro reconocido de los escritores que surgieron en Irlanda del Norte en los años sesenta (con Heaney a la cabeza), pero estos versos en particular son emblemáticos del afán de control de la tradición británica, de su negativa a convertir la escritura en un ejercicio exhibicionista o confesional. O, en otras palabras: de su convencimiento de que sólo estableciendo un equilibrio entre los imperativos de la conciencia y de la realidad exterior se pueden amansar los demonios de uno, educarse y madurar. Los excesos patéticos o truculentos están de más. La sombra forma parte de la sustancia, queda fijada en ella, gracias al poder aleccionador de la forma. Algo así parece decir la segunda estrofa, pero lo que más me gusta de ella es el modo en que cambia radicalmente el escenario y el punto de vista de la primera introduciendo, de pronto, la imagen exótica e inesperada de la kettle «como un perfil asirio». Son detalles como estos los que encienden la lectura cuando uno menos lo espera. Y los que permiten entender que poetas como Heaney o el propio Longley vieran en Hewitt a un modelo que insuflaba un poco de aire fresco en el paisaje provinciano de la poesía irlandesa de posguerra.

miércoles, diciembre 26, 2012

auster en buen salvaje





Hace unos meses la revista peruana Buen Salvaje me pidió un artículo breve sobre mi traducción de la Poesía completa de Paul Auster; en palabras de su responsable, Dante Trujillo Ruiz, «un comentario personal sobre lo que ha sido esa experiencia; un acercamiento». Venciendo la pereza que me da volver sobre trabajos ya hechos, y con la sensación de que difícilmente podía añadir nada a lo expuesto en la «Introducción», escribí estos cuatro párrafos que ya se pueden encontrar en la red: no son demasiado personales (lo mío no es la confidencia, lo reconozco), pero ayudan a entender el cuándo, el cómo y el porqué. Van también, en edición bilingüe, cuatro poemas de Auster a modo de escaparate. (Por cierto, releo los versos finales de «Provenza: Equinoccio» y tengo la sensación, nada arbitraria, de que hablan del futuro inmediato, de esa larga espera de la primavera que arrancará tan pronto acabe el año.)


[…] como si el sueño
te llevara tan lejos
que pudieras hablarme de la densa
y embarrada semilla
que está ardiendo en nosotros,
y apaciguar el lento dolor de primavera
que trabaja
por entre el largo desarraigo
de las estrellas.

lunes, diciembre 24, 2012

feliz navidad



Pieter Brueghel el Viejo, Cazadores en la nieve (detalle)

[…]
 
Así la rueda de las estaciones
te será dulce, ya el verano vista
la tierra de verdor, o el petirrojo
se pose y cante en la desnuda rama
del musgoso manzano, entre mechones
de nieve blanda, mientras a su lado
la techumbre de paja humea al sol;
ya caigan del alero
las gotas de rocío, sólo audibles
en la quietud que sigue a la tormenta,
o el oficio secreto de la escarcha
las torne estalactitas refulgentes,
calladas bajo la callada luna.


S. T. Coleridge
«Escarcha a medianoche»

sábado, diciembre 22, 2012

listas, listas



Alec Soth, Minnessota, 2007 / © Magnum Photos


La verdad es que nunca me han gustado (ni me he creído) demasiado las listas de fin de año, ese injerto del mundo del deporte o la competición que tan mal casa con los ritmos y las necesidades de la lectura, pero no puedo negar (¡viva la contradicción!) que me he llevado una alegría al ver que mis dos últimos trabajos como traductor de poesía han logrado colarse en algunos de estos inventarios. Si en Babelia Ángel Rupérez incluye Conjeturas y esperanza, la muestra de John Burnside publicada por Pre-Textos, entre los cinco mejores libros de poesía extranjera del año, en el ABC Cultural Jaime Siles destaca la Poesía completa (Seix-Barral) de Paul Auster como el mejor libro dentro de ese mismo apartado, el de poesía extranjera. Por último, en la revista virtual Koult, el joven escritor Hasier Larretxea ha logrado que la antología de Burnside figure entre los veinte mejores libros del año (en el puesto 17) junto a los de poetas tan extraordinarios como Adam Zagajewski, Zbigniew Herbert (atención a su Poesía completa en Lumen) o Mahmud Darwix...

Ya digo que nunca me he creído mucho estas cosas, pero a nadie le amarga un dulce y me alegra que por una vez el viento haya soplado en la dirección de libros a los que uno ha dedicado tanto tiempo y esfuerzo. Gracias a los tres por su gentileza y el elogio implícito en la elección. Y ahora, si me disculpáis, voy a por ese pellizco de sal que se merecen estas cosas...
.

viernes, diciembre 21, 2012

en luchana


Está el hombre sentado junto a la boca del metro con los ojos gachos y un cartón en su regazo: «Tengo ambre / Ayudame». Pasan dos con aire de haber tomado el café del mediodía y oigo que uno le dice al otro, con esa ronquera satisfecha tan de aquí: «Mira éste… ya se ha comido la hache».

Decía Canetti que «cuando se tiene algo que decir, ¿de qué sirve el ingenio?». Se ve que no conocía esta maña que se dan algunos para convertir el ingenio en la sal de cualquier herida.

jueves, diciembre 20, 2012

de sueños que sueñan



El confort, 1995. Acrílico sobre lienzo, 200 x 200 cm.


Divertimento para el pintor Pelayo Ortega

Pelayo Ortega pintó su justamente famoso cuadro El confort en los primeros meses del año 1995. El cuadro –del que no abundan, por cierto, las reproducciones– tiene una historia que lo diferencia de otros pintados por aquel tiempo y que merece ser contada sin más demora, como epílogo a nuestro encuentro con él.

El cuadro nos devuelve como protagonista de su historia a un resucitado Fernando Pessoa: pero no el Pessoa que todos conocemos o creemos conocer, crepuscular y huraño, perdido entre los muelles y la garúa lenta del anochecer, embaulado para la posteridad, conversando en silencio con fantasmas que iluminan su regreso a casa. En este cuadro, el Pessoa de Ortega parece un maduro inglés aristocrático, un ocioso inglés retirado como los que Hergé hubiera imaginado para Tintín: sabio experto en ideogramas chinos, tal vez, o aventurero ocasional en las selvas birmanas. Un Pessoa libre al fin de fantasmas, seguro de sí mismo, que trueca su abrigo raído por la comodidad (el confort, dice Ortega, con afortunado anglicismo) de unas zapatillas verdes y un jersey de cuello alto: un jersey Jorge Chávez, como lo llaman en Perú, donde tuvo la suerte de acompañar a Tintín en una larga expedición andina que casi acaba con su vida.

Ahora, sin embargo, descansa: lee, fuma en pipa y, con la mano derecha, la que tiene libre, se entretiene acariciando a Reis, su gato birmano, regalo del cónsul inglés en uno de sus primeros viajes a la selva. Es de noche. La figura reposa serena pero firme: el cuello erguido, el libro en alto, el brazo izquierdo doblado en impecable ángulo recto, todo en su postura transmite el poder inmóvil de un cuerpo acostumbrado al rigor y la disciplina física. Detrás de Pessoa, una pequeña ventana circular se abre a la noche, fondo añil donde brilla una estrella solitaria. Única compañera o testigo visible del poeta aventurero, la presencia de esta estrella junto a la figura en perfil sugiere un emplazamiento en alto: un rascacielos, una torre, un observatorio. Esta impresión se ve reforzada por la presencia, en primer plano, de dos cortinas a modo de telón que enmarcan la escena: en otras palabras, dos cortinas encarnadas que rodean una aparente segunda ventana por la que Pelayo Ortega parece observar a Pessoa. ¿Lo observa, o mejor será decir, atendiendo a la atmósfera teatral del cuadro, que Pessoa se deja mirar con actuada y fingida inconsciencia? Difícil decidirlo. Saben bien sus amigos lo mucho que hubo de esperar Ortega para hacerse con esta imagen; saben cuántas veces, apostado en esquinas y soportales, buscó entre la lluvia neblinosa la figura incierta del poeta, cuántas veces creyó adivinarlo con su paraguas entre las sombras y cuántas pareció escaparse, desvanecerse en el paseo del puerto como un espectro marino devuelto a las olas. Pasaron los meses y, de repente, el poeta dejó de visitarnos, desapareció de nuestras vidas como si nunca hubiera estado entre nosotros. Tan sólo quedaron, a modo de consuelo, los cuadros que Ortega pintó en horas de vigilia y espionaje: cuadros que nos devolvían otra ciudad, otras calles, no las nuestras, ni siquiera aquellas otras, leídas y releídas, del poeta, sino las de Ortega mirándole, tratando de entenderlo, haciéndole hablar, sabiéndose igual, siendo aquel a quien seguía.





Pero una noche, sin previo aviso, Ortega soñó o volvió a soñar al poeta aventurero. Soñó un cuadro de De Chirico y un espacio desierto, salpicado de largas sombras y maniquíes y torres soñadas por De Chirico. Y en una torre, Pessoa, abandonado vigía en tierra de nadie. Recuerdo haber entrado en aquel sueño a la noche siguiente, invitado por Ortega, y recuerdo también, con la intensidad de lo apenas creíble, haber subido a una de esas torres para usurpar, siquiera un instante, el puesto de un maniquí. Allí había instalado Ortega su caballete y sus tubos de pintura; allí, contra la limpieza geométrica de una ventana pensada por De Chirico, había inclinado el pintor su telescopio; allí había pasado la noche pintando, espiando, adivinando. Y allí también pude ver yo a Pessoa, desasido y absorto al otro extremo de la lente, viva imagen de la soledad acompañada como se nos muestra ahora en el cuadro.

Tierra de mudos vigías que Ortega soñó soñada por De Chirico. Ociosos aristócratas ingleses que Ortega recibe de Hergé y convierte en lectores apasionados en tierra de nadie. Cuadro soñado por un sueño primero: el confort, dice Ortega. Allí sigue el poeta, sabiendo que ha llegado, con la satisfacción del deber cumplido. Allí lo imagino yo, ya entrada la noche, levantando los ojos del libro, buscando la ventana, sabiendo que a lo lejos, tras el cuadro, en otra torre que no conoce pero oscuramente adivina, alguien le mira y sonríe para sus adentros: alguien que no envidia ni compadece las razones de su exilio.



[Escribí este divertimento hace más de dieciséis años, en el verano de 1996, y lo incluí en mi segundo libro de poemas, Diálogo en la sombra, publicado un año más tarde. Lo rescato ahora después de pasarlo por el túnel de lavado y quitarle algunos lunares retóricos. No sé si continúa teniendo validez o hasta si se entiende, pues está escrito en una etapa, muy de aquella época, de entusiasmo por los juegos de espejos y los caprichos de la imaginación. Era una forma de homenajear al pintor Pelayo Ortega, cuya obra siempre me ha fascinado, y también de rendir tributo a algunos ídolos compartidos. Ahora lo leo como una muestra de ese humor coqueto y algo pagado de sí mismo de quien ha leído demasiados libros sin haberlos digerido bien, pero a fin de cuentas tenía veintiocho años y hay peajes que es inevitable pagar. Además, para qué negarlo, uno ha sido siempre de aprendizaje lento. En cualquier caso, tiene un aire crepuscular, íntimo y a la vez expresivo, que rima bastante bien con este tramo final del año.]

domingo, diciembre 16, 2012

yeats / los hombres ganan con los años





Vencido estoy bajo mis sueños,
un maltrecho tritón de mármol
a la intemperie, entre las aguas;
y todo el largo día miro
la belleza de esta mujer
como si un libro me ofreciera
el retrato de una belleza,
contento de saciar mis ojos
o los oídos perspicaces,
feliz de ser un sabio, pues
los hombres ganan con los años;
y aun así, aun así,
¿es todo un sueño, o la verdad?
¡Ah, si la hubiera conocido
en mi vehemente juventud!
Mas envejezco entre mis sueños,
un maltrecho tritón de mármol
a la intemperie, entre las aguas.

 
trad. J.D. / el original, aquí.

jueves, diciembre 13, 2012

tocar fondo





Monedas, siempre de dos caras, que nos convierten en unos descarados.



Babel como una bendición insospechada: todavía tenemos la esperanza de hacernos comprender; basta con encontrar un buen traductor.



Ha sembrado tantas ilusiones y buenos deseos que ahora, al brotar como espigas a su alrededor, le oscurecen el aire y le borran los caminos.



Después de mucho caer toca fondo. Y entonces descubre que ese fondo está hecho de todo lo que despreció hasta ayer mismo.

lunes, diciembre 10, 2012

era esto


Ese umbral crítico que alcanzan tarde o temprano ciertas relaciones, da igual si son amigos o conocidos… Rarezas, antojos, comportamientos que antes disculpábamos o que pasábamos por alto, se convierten de pronto en la clave tonal que explica las corrientes de fondo de su personalidad, el vector que unifica o armoniza a largo plazo las discrepancias del día a día. Aquello que no queríamos explicar por trivial, aquello que no subrayábamos para evitar que el trazo borroneara también la amistad, es de pronto lo que mueve los hilos, la mano maestra. El instante de la revelación se parece un poco a ese pasaje de las «Instrucciones-ejemplo sobre la forma de tener miedo» de Cortázar donde el protagonista, aliviado al descubrir que no tiene nada grave, se arrellana en el sillón de la consulta y descubre, bajo la penumbra de la mesa, que su médico «se ha subido los pantalones hasta los muslos, y tiene medias de mujer». En nuestro caso, no se trata quizá de un descubrimiento tan grotesco o tan desconcertante. La caída de caballo puede ser un encuentro casual en la calle, o un mensaje inexplicable de correo, o un gesto de desdén que no esperábamos y que rompe el último hilo. El caso es que ya no podemos ver a esa persona de la misma manera. Algo ha cambiado, y el hilo roto nos dice que es para siempre. Es triste, sí. Pero la tristeza va acompañada de un alivio innegable: Así que era esto…! Las cosas claras. Y el pasado que comienza a perderse, a desleírse, desde el momento mismo en que parece explicable.


Ferdinando Scianna / Sant-Elia, 1980

viernes, diciembre 07, 2012

paisajes eléctricos


Los veo desde hace días en distintos puntos de la ciudad. Son dos, también distintos cada vez; instalan una mesa desplegable junto a una tapa de alcantarilla y se sientan, en mitad de la calle o en un cruce, ante una masa confusa de cables del subsuelo a los que auscultan con un pequeño aparato con aspecto de consola de juegos o de mesa de mezclas. Por la tranquilidad con que trabajan, enfundados en sus monos, indiferentes a los peatones o los coches que pasan a medio metro de sus rodillas, se diría que están jugando al dominó. No sé bien si son cables de telefonía o del tendido eléctrico, pero los escrutan y desovillan como si fueran serpientes dormidas, un nido de reptiles que ha sido exhumado para estudiar sus costumbres.

Dan ganas de frenar el paso y quedarse mirando desde la barrera. Pocas veces el trabajo manual, y más al aire libre, tiene un aire tan sofisticado. El tablero es como una pizarra donde espera una ecuación y los dos operarios, que no dejan de hablar en voz baja mientras arriman los ojos al instrumental, parecen matemáticos embebidos en un debate sutil que sólo ellos comprenden. Y mucho de eso hay, sin duda. De hecho, a nadie se le ocurre detenerse o comentar la jugada con su vecino, que es lo habitual cuando se trata de una zanja o de un solar en obras. El dominio de la electricidad supuso en teoría el fin de muchas supersticiones, pero ella misma se convirtió en un saber supersticioso, mirado con respeto por los profanos (que, cruzado cierto umbral, somos casi todos). Yo, desde luego, paso de largo con el pasmo intrigado de quien no entiende nada, pero contento de tropezarme con esta imagen insospechada de la civilidad: una mesa en mitad de la calle; dos hombres haciendo su trabajo sin alardes; la sensación de que una tarea importante y quizá molesta se resuelve como una partida de naipes entre parroquianos; liviandad y destreza.

miércoles, diciembre 05, 2012

monósticos 4, 7





...IV

Parpadeas igual que una pantalla en un salón vacío.
En el fondo del bosque las palabras no pesan.
Un niño se perdió volviendo a casa, y así comienza todo.
Tengo los ojos rojos de tanto hablar contigo.


...VII

Una casa. Un salón. Una pantalla.
Si no sabes qué ocurre, afina los oídos.
Fuera, el viento sacude los pliegues de los toldos.
Vida es lo que se deja interrogar.
Unos dedos son unos dedos son unos dedos.
Fuera, el viento perturba el agua de los charcos.
Si pones atención, oirás voces.



de Monósticos (Del Centro Editores, 2012)
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sábado, diciembre 01, 2012

john ashbery / un poema inédito





lista de pendientes

El extraño camina hacia los niños, que se adentran
en el cielo. Nace una lección. Hay quienes
dirán que nos hace mejores. No nosotros, sin embargo.
Nacimos para ignorar las señales de aviso
[y negar las coacciones a testigos.
Por lo demás, seguiremos el orden del día que se fraguó para nosotros.
Elegías en lata. «Eso» viene a resumirlo más a menos
mientras nuestro paso por el planeta termina ambiguamente.

Y aunque fuimos propuestos para el cuadro de honor
otros ascendieron en nuestro lugar, guardaron silencio
en la paradoja envolvente. Invitados a inspeccionar coches viejos,
pocos se dieron cuenta de a qué daban su conformidad,
o de cómo el muro vacío convertido en confidencia incriminatoria
florecía en forma de sala de sucesos y casos paranormales…
justo lo que esperábamos del temblor incitante de la tarde marchita.

«De lo más ilustre»… Me voy acercando
aunque no necesite la atención… o casi,
porque sucede, simplemente, ¿o…?
                                                       No sé cómo me siento.
Es esta ignorancia de los números y sus consecuencias,
[nosotros incluidos.
Recostado sobre un tartán ambiguo en una cabaña elegante,
[uno escucha
arias olvidadas de un altavoz con forma de petunia.
Donna è mobile. Où va la jeune Hindoue?
Oui, c’est elle, c’est la déesse. Pero no me liberes
todavía. Demasiado poco es demasiado pronto.
Lo mismo da gruñir como un bote a pedales en una zanja
que terminar aceptando como nuestras estas prácticas tardías.
Quedan muchas preguntas
                                          y no quieren saber nada.


Trad. J.D.




¿Ashbery escribiendo poesía política? Algo de eso parece haber en esta «Lista de pendientes» que acaba de ver la luz –con otros tres poemas inéditos– en el último número de Poetry Nation Review. Sólo así tengo la impresión de comprender cabalmente las dos primeras estrofas, aunque ya sabemos que con Ashbery el verbo «comprender» adquiere un sesgo especial. Ese verso sobre los que «ascendieron» y «guardaron silencio / en la paradoja envolvente» tiene miga, la verdad, como la tiene también el verso final, todo un golpe de genio. «Por lo demás, seguiremos el orden del día que se fraguó para nosotros»… Si esa frase no define cabalmente la inepcia de nuestros gobernantes, no sé qué otra puede hacerlo.

No me olvido de dar las gracias a la poeta y abogada María Antonia Ortega, que me dio la traducción de un par de términos de la jerga jurídica anglosajona: «coacciones a testigos» (witness tampering) y «confidencia incriminatoria» (state’s evidence), que es el testimonio confidencial que un coimputado ofrece con la esperanza de obtener un trato ventajoso (como ver rebajada su condena). Se comprende que en estos dos casos toda traducción es aproximada, pues el sistema jurídico de Estados Unidos es diferente al nuestro; por no hablar de la fuerza subversiva que tiene, en el original, la palabra «state», y que la traducción sencillamente no puede replicar…

El original, aquí.