viernes, diciembre 28, 2012

john hewitt / sustancia y sombra





Hay una desnudez en las imágenes
con las que aplaco el tiempo
por defender mi mente;
se bastan y se sobran con sus tercos secretos;
inútil sublevarse contra su reticencia:
el chapuzón de un alcatraz,
garzas junto a un estanque,
ese grajo que vuelve con el último sol,
una araña encogida sobre un tallo de helecho
y cardos en la copa de un manojo de mies,
una roca en la escarpa, moteada de liquen,
los destellos del sol en los carámbanos,
su durable sentido cifrado en atributos
de textura, color, silueta y nada más.
Son nítidas, exentas, sencillas, propias de
la pequeña república que he demarcado
como el acre seguro donde mi juicio acierta,
mientras alrededor de sus confines
se extienden los escombros de la duda.

Mi lámpara ilumina la tetera en el fuego
y proyecta su sombra en la pared de cal
como un perfil asirio rematado, en lo alto,
por un yelmo con cresta de serpiente o de ave;
pero sigue siendo una sombra; cuando muevo
la lámpara o aparto la tetera se esfuma
y quedan al garete sustancia y sombra, desgajadas,
esas que solo el bronce apuntalaba, bronce o piedra.


trad. J. D. / el original, aquí


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Una de las antologías que más frecuento últimamente es 20th-Century Irish Poems, editada por el poeta irlandés Michael Longley y publicada por Faber & Faber hace justamente diez años, en 2002. Longley tiene un gusto infalible y nada dogmático, le da a cada quien su espacio y sabe elegir los mejores poemas, o los más característicos, de cada autor. Longley, de obra tan escueta como intensa, confiesa haber dado rienda suelta a su pasión por el poema breve, y el libro contiene algunos ejemplos memorables, como la «glosa» de Thomas Kinsella que traduje y colgué en esta bitácora hace algo más de un año. Pero hay más ejemplos, desde alguna pieza poco conocida de James Joyce a instantáneas de escritores contemporáneos como Greg Delanty, Gerald Dawe o Mary O’Malley.

Un poema algo más extenso que el de Kinsella pero igualmente célebre es este de John Hewitt (1908-1987), que me atrapó desde sus primeros versos y que llevaba meses queriendo traducir. Es una de esas piezas que a uno, la verdad, le habría gustado escribir, supongo que porque tienen algo de lema o de divisa y evocan lecturas de hace años. Este «Sustancia y sombra» es una poética, sí, pero es bastante más que eso: resume o encarna en un puñado de versos una moral de vida, una forma de estar en el mundo y de relacionarse con él. Conozco mal y poco la poesía de Hewitt, maestro reconocido de los escritores que surgieron en Irlanda del Norte en los años sesenta (con Heaney a la cabeza), pero estos versos en particular son emblemáticos del afán de control de la tradición británica, de su negativa a convertir la escritura en un ejercicio exhibicionista o confesional. O, en otras palabras: de su convencimiento de que sólo estableciendo un equilibrio entre los imperativos de la conciencia y de la realidad exterior se pueden amansar los demonios de uno, educarse y madurar. Los excesos patéticos o truculentos están de más. La sombra forma parte de la sustancia, queda fijada en ella, gracias al poder aleccionador de la forma. Algo así parece decir la segunda estrofa, pero lo que más me gusta de ella es el modo en que cambia radicalmente el escenario y el punto de vista de la primera introduciendo, de pronto, la imagen exótica e inesperada de la kettle «como un perfil asirio». Son detalles como estos los que encienden la lectura cuando uno menos lo espera. Y los que permiten entender que poetas como Heaney o el propio Longley vieran en Hewitt a un modelo que insuflaba un poco de aire fresco en el paisaje provinciano de la poesía irlandesa de posguerra.

2 comentarios:

Carmen dijo...

Esa forma de estar en el mundo, de vivir la existencia, tal como nos la cuenta en este poema-poética John Hewitt, a mí me ha trasladado a la poesía japonesa y a su filosofía de vida, a pesar de las distancias (kilométricas y culturales).

Y dando un salto, quizás tan lejano que a alguien lleve a los cerros de Úbeda, pero que a mí me ha llevado a esta tetera de perfil asirio, he recordado algo que contaba una artista japonesa, cuando decía que compartía el espacio de su hogar y del estudio en la misma casa. Para ella encender el horno para cocer las piezas de barro a las que había dado forma, mientras cogía la temperatura adecuada prepararse un té y beberlo mientras quitaba algunas hojitas secas a algunas plantas del patio eran todo la misma cosa.


Sigue siendo un verdadero lujo venir aquí para disfrutar mientras hago un pausa con el café (bien caliente)

Un saludo

Álvaro Valverde dijo...

Excelente poema, Jordi. A cualquiera, es un decir, le hubiera gustado firmar una cosa así. Al menos a nosotros, ja, ja. No cejes. Te necesitamos para leer lo que nos gustaría haber escrito. Un abrazo, Á.