viernes, julio 15, 2011

hasta agosto


Han pasado quince días desde mi última entrada y debo reconocer que es poco lo que puedo aportar a esta bitácora a estas alturas de curso. Ha sido un año muy intenso y está uno cansado, rendido casi, con la sensación de haber cerrado un pequeño ciclo después de la publicación de Perros en la playa. Y, aunque hace ya casi diez años que abandoné la docencia, mi cuerpo y mi mente siguen todavía el ritmo del curso escolar. Llega julio y parece que todo lo importante puede esperar unas semanas para reactivarse. Así que me despido hasta finales de mes. Esta bitácora se abrirá de nuevo a comienzos de agosto, después de una necesaria y merecida tregua de al menos quince días.

Entretanto, os dejo con uno de mis poemas favoritos de Yeats, uno de los pocos que escribió en la década de 1900-10 y que anuncia su estilo de madurez, y también con la generosa y atenta reseña de Perros en la playa que el escritor Tomás Sánchez Santiago publicó el pasado sábado 9 de julio en el suplemento literario de El Norte de Castilla. No está en la red, así que es preciso pulsar dos veces en la imagen para que aparezca a un tamaño que permita su lectura. Un texto que, más acá de los elogios, resulta modélico por su atención al detalle y su complicidad, su voluntad para entender que ha originado un libro, cuál es el territorio en el que quiere insertarse. No en vano Tomás publicó hace años Para qué sirven los charcos (Del Oeste Ediciones, 1999), libro en el que percibo una sensibilidad –una respiración, un estar en el mundo y en la palabra– muy cercana a la de mi libro. Leedlo si tenéis ocasión; no os arrepentiréis.

Gracias a todos por vuestra compañía y vuestra lectura a lo largo del curso. Os deseo lo mejor para el verano. Nos vemos a la vuelta.




w. b. yeats

la maldición de adán

Estábamos sentados, un día de finales de verano,
aquella dulce y bella mujer, tu amiga íntima,
y tú y yo, hablando de poesía.
«Un solo verso puede llevarnos horas –dije–,
pero si no parece algo pensado en un instante
todo nuestro coser y descoser es en vano.
Mejor arrodillarse sobre la médula del hueso
y fregar suelos de cocina o picar piedra
como un viejo indigente, a la intemperie;
pues dedicarse a articular dulces sonidos
es trabajar más duro que ellos, y sin embargo
ser tildado de vago por la ruidosa camarilla
de clérigos, maestros y banqueros
que los mártires llaman mundo.»

..........................................Y entonces
aquella bella y dulce mujer por cuya causa
muchos descubrirán la angustia del amor
cuando escuchen su voz discreta y dulce
replicó: «Ser mujer es saber
–aunque en la escuela nadie nos lo diga–
que hemos de trabajar para estar bellas».

«Es verdad –respondí– que no hay cosa admirable
desde la caída de Adán que no requiera un gran esfuerzo.
Recuerdo amantes convencidos de que el amor
debía ser tal muestra de alta cortesía
que suspiraban y citaban con semblante estudioso
precedentes tomados de viejos y hermosos volúmenes;
aunque ahora esa labor parezca más bien vana.»

La mención al amor nos sumió en el silencio;
vimos morir los últimos rescoldos de la tarde,
y en el aguamarina temblorosa del cielo
una luna, gastada como una concha que lavara
la marea del tiempo cuando fluye entre las estrellas
y rompe luego en días y años.

Me invadió un pensamiento que sólo tú debías escuchar:
que eras hermosa, y que yo me esforzaba
por amarte en la antigua y noble doctrina del amor;
que alegre había parecido todo, y aún así nuestros corazones
estaban tan exhaustos como aquella luna vacía.


Trad. J. D.

El original, aquí.
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