jueves, junio 30, 2011

john burnside / poema ocasional

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Charity Graepel, dos meses de edad

Antes de que los nombres de las cosas
se adentren en su mente,
no hay más que una secuencia de ecos:
el pelo color óxido y los ojos acuosos,
el ángulo y pivote de los huesos
bajo la piel oscura y blanda,

y ella habita otro estado
donde somos fluidos e indistintos,
caprichos de sonido y alimento
que se encienden y apagan,

y lo que sabe de los perros,
o de la luz, o el agua, es un misterio a nuestros ojos,
que los hemos nombrado y extraviado,
verdad resuelta en la gramática
que viste y mina nuestro pensamiento
y oscurece su asombro ante éste, el imposible mundo.




Revisando pruebas de la amplia antología del escocés John Burnside (1955) que he preparado para la editorial Pre-Textos, y que debería ver la luz este próximo otoño con el título de Conjeturas y esperanza, me doy cuenta de que nunca he colgado este poema, uno de los que más me gustan de su primera etapa. Una pieza breve que encarna todas las virtudes de su escritura: precisión y misterio, fluidez y elipsis, y una mirada curiosa y alerta, llena de delicadeza, hacia las cosas del mundo. También una concepción ambivalente de la palabra, que viste y mina nuestro pensamiento, sí, pero que también es capaz de concebir o conjeturar el asombro rotundo, absoluto, con que siente su entorno una niña de dos meses.
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lunes, junio 27, 2011

ya

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Cuando sus ojos no logran ponerse de acuerdo y hasta recelan el uno del otro, es hora de ponerse a pensar.
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viernes, junio 24, 2011

perros, dentro

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El poeta Óscar Curieses ha tenido la gentileza hospitalaria de entrevistarme en su bitácora, Dentro (titulada como su espléndido poemario, publicado hace poco más de un año en Bartleby Editores). Hablamos básicamente de Perros en la playa y el resultado puede leerse aquí. Preguntas y respuestas que terminan, al cabo, en una pequeña confesión. Un detalle trivial, quizá, pero al que no hubiera llegado sin todo el intercambio anterior, como cuando escribimos un poema.
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miércoles, junio 22, 2011

oasis

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El agua de los barrenderos, oscura y lenguaraz sobre la calle recocida. Un alivio, una tregua en el aire. Umbría. Pensar en la palabra y sentir cómo prende en la piel, cómo lava los ojos. La sangre es verdinegra. La sangre es clara como el agua que sube del asfalto y prolonga la noche. Si no sabes adónde vas, cualquier camino es bueno. Si no sabes. Una esponja contra la cara. Mangueras manirrotas, una voz que interpela sin esperar respuesta. El santo y seña de la madrugada.
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lunes, junio 20, 2011

dejeuner sur l'herbe


Está leyendo, recostado en la hierba. Con los pies toca el verde, la sábana de sombra. El arco de la espalda, la mano bizca. Dónde tiene los ojos, no lo sabe.
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viernes, junio 17, 2011

keith douglas / cómo matar

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Bajo el arco de una pelota,
niño que se convierte en hombre,
escruté el aire largo tiempo.
La pelota cayó en mi mano
y cantó en el puño cerrado: Abre ábrelo
ten este obsequio hecho para matar.

Ahora en mi disco de cristal emerge
el soldado que debe perecer.
Sonríe, y se desplaza con modales
que su madre conoce, hábitos suyos.
Los radios tocan sus facciones: Grito
AHORA. La muerte, igual que un familiar,

oye y mira, ha hecho un hombre de polvo
de un hombre de carne. Esta alquimia
practico. Condenado como estoy, me distrae
ver difundirse el centro del amor
y las ondas de amor viajar hacia el vacío.
Qué sencillo es hacer un fantasma.

El mosquito ingrávido toca
su pequeña sombra en la piedra
y con qué semejante, qué infinita
ligereza, hombre y sombra se encuentran.
Se funden. Una sombra es un hombre
cuando el mosquito de la muerte se aproxima.


Túnez-El Cairo, 1943


trad. J. D.



Hay individuos que parecen hechos de otra pasta, y Keith Douglas (1920-1944) es sin duda una de ellos. Cuando murió a los veinticuatro años cerca de Bayeux, tres días después del desembarco de Normandía, ya había escrito los mejores poemas bélicos de su generación, además de un curioso libro, Alamein to Zem-Zem, en el que registró con dibujos y anotaciones volanderas sus experiencias de la campaña del norte de África, donde estuvo destacado cerca de dos años y medio. Antes incluso de partir al frente, sus poemas habían impresionado a Eliot y también a su tutor en Oxford, Edmund Blunden, y se había hecho notar por su personalidad algo anárquica y displicente (cuando no abiertamente desvergonzada, un poco al modo del famoso Stalky de Kipling) en las distintas escuelas y colegios (Christ’s Hospital, Merton College en Oxford) por donde había pasado.

A su muerte, la obra de Douglas cayó ligeramente en el olvido hasta que veinte años más tarde, en 1964, Ted Hughes la reivindicó con una célebre antología que no ha dejado de reeditarse desde entonces. Lo que Hughes venía a decir es que ningún otro poeta había examinado la guerra con el ojo analítico de Douglas en sus mejores páginas. La capacidad para entender y aceptar y describir con precisión la lógica de la guerra, su mezcla de piedad y realismo, el rigor de una palabra justa que sin embargo no reniega del vuelo metafórico y cierto humor amargo, son todos rasgos de los poemas africanos de Douglas, como este «Cómo matar» que, si no me equivoco, tradujo hace cosa de veinte años Javier Marías para la revista asturiana Reloj de arena.

Estamos lejos de la poesía desgarrada y hasta tremendista de un Wilfred Owen, quizá la gran figura entre los War Poets de la Primera Guerra Mundial. Como dice el poeta George McBeth, «su nota característica es un interés sofisticado y distante en la violencia y el horror de la guerra». El propio Douglas escribió en la introducción a su libro Alamein to Zem-Zem que había «vivido las batallas del desierto como un niño una función de circo». Pero Douglas no es un poeta frío: hay compasión en sus poemas, también por sí mismo, por lo que el conflicto ha hecho a su persona («Condenado como estoy»), pero no deja nunca que la compasión perturbe o difumine su lucidez, la perspicacia con que observa la extraña pero compacta lógica de la guerra. «Qué sencillo es hacer un fantasma», concluye, qué fácil es matar, hasta qué punto la sofisticada precisión de las armas modernas permite asesinar a distancia, con simple desapego. Ese desdoblamiento del civil en soldado, su coexistencia en un mismo cuerpo, un mismo tiempo y espacio, y la facilidad con que el yo va de uno a otro, es quizá el gran asunto de los poemas últimos de Douglas.

El original, aquí.



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miércoles, junio 15, 2011

noche, memoria, ruina

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La edad no parece hacer mella en José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926), quien a sus ochenta y cuatro años mantiene un ritmo envidiable de actividad pública y editorial. Recién publicada una antología de sus poemas nocturnos y de tema marino (Ruido de muchas aguas, Visor, 2011), acaba de cerrar nuevo libro, un largo poema autobiográfico en versículos que supone un quiebro formal innegable con respecto a títulos anteriores. Un libro que él mismo contempla «lleno de una energía [...] que me rejuvenece», la misma que se aprecia o transparenta en la forma con que sale a recibirnos y nos acompaña hasta un extremo del salón familiar, atestado de libros –y alguna que otra maqueta de barco– y sin embargo espacioso, habitable. Hay en sus maneras una mezcla de reserva, simpatía y curiosidad astuta que otorga a cada frase un raro énfasis, la curva de una entonación que atiende a los engarces pero cuida también el conjunto, su equilibrio interno. No hay cansancio, la atención no decae, y hasta el final se percibe el trabajo de una mente alerta, que ha preparado sus respuestas pero no se resiste a improvisar sobre la marcha. Como en sus poemas, se percibe aquí «la vigilante / sed de vivir de mi palabra»…

En un breve poema de Descrédito del héroe (1977), «Del diario de Kafka», define la escritura como «metódica / copia de mi agresividad / contra mí mismo». Resulta una definición enigmática, cuanto menos: la creación como un espacio de violencia y heridas autoinfligidas. ¿Hasta qué punto le sigue pareciendo válida esta afirmación?

Lo que pasa con los poemas es que la experiencia que los motivó se te va olvidando un poco con el tiempo. En estos versos, en concreto, creo que se manifiesta cierta impotencia, una incapacidad para sacar a flote un determinado proyecto poético; hay una agresividad contra mí mismo, quizá por esa cortina que se interpone entre el pensamiento y la escritura. Por otro lado, también creo que la poesía tiene algo de violencia contra uno mismo, contra la propia intimidad, porque estás forzando unas actitudes y un mecanismo mental que a lo mejor no tienes normalmente. Hay ahí una violencia, desde luego. Pero aquí yo creo que es simplemente por la impotencia, por la imposibilidad de escribir. […] [seguir leyendo]

&

Así comienza la entrevista que le hice a José Manuel Caballero Bonald a comienzos de año y que sale ahora publicada en el último número de la revista Minerva, el 17 ya (de su segunda etapa). Un encuentro (para mí memorable) en el que abordamos tanto su poesía como su trabajo de memorialista, y en el que se deslizaron también algunas de esas ironías llenas de mordiente a las que nos tiene acostumbrados. Como guinda del pastel, un adelanto de su nuevo libro, un fragmento inédito de un extenso poema en versículos en el que ha trabajado hasta hace pocos meses.

El resto del número, en el que destacan entrevistas a Peter Eisenman, Donald Kuspit y José María Sánchez-Verdú así como un estupendo dossier sobre Walter Benjamin, puede leerse aquí.


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domingo, junio 12, 2011

convergencias 4

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charles tomlinson

las pisadas del ciervo

................… Las pisadas del ciervo
que anoche se adentró por el jardín
cesan al pie del manzano sin fruto,
perfilado en la escarcha rutilante
que sentimos al filo de toda conjetura:
el ciervo que no está fulge con su presencia
de cosa percibida, substancial pero ausente.


trad. J. D.
(el original,
aquí)



Este poema me sorprendió, pues expresa exactamente el mismo pensamiento que un poema de Ritsos que yo había traducido hace poco y que se llama «Forma de la ausencia». Es notable que dos poetas, ignorándose, y con imágenes completamente diferentes, logren trasmitir la misma sensación. En el de Ritsos, el poeta se refiere a un gran jarrón que estaba en el rincón de una habitación, que tuvo que ser vendido en «horas difíciles» y cuya ausencia tiene, misteriosamente, una «presencia» tan fuerte que hasta parece cambiar el color de la pared en ese rincón. Y termina diciendo que, a veces, al atardecer, cuando todos están conversando alrededor de la mesa y se hace un silencio, se escucha un sonido «amargo y doloroso», como si alguien hubiera golpeado con un dedo «el invisible vaso cristalino».

(fragmento de una carta de Circe Maia)



yannis ritsos

forma de la ausencia

Lo que se fue se queda aquí, enraizado,
en el mismo lugar, callado y triste
como un jarrón vendido en horas difíciles

y en el rincón del cuarto, donde estaba,
queda el vacío denso, con idéntica forma,
y resplandece, diáfano,
a contraluz, cuando abren las ventanas

y dentro del jarrón, que cambió sus sustancia
por la misma medida de oquedad cristalina
queda otra vez el mismo hueco
con una resonancia algo más dolorosa.

Por detrás del jarrón la pared se distingue:
su color más sombrío, más hondo, más de sueño…

Y a veces, en la noche, en hora silenciosa,
o también en el día, entre conversaciones,
oyes dentro de ti como un sonido agudo
amargo y agitado
como un dedo invisible, que golpeara
aquel ausente vaso cristalino.


trad. Circe Maia
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sábado, junio 11, 2011

sueño

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Mientras salimos de casa, mi hija me cuenta su último sueño, del que se acuerda con detalle porque la he despertado en pleno metraje. Había una casa nueva, dice, pero en aquel espacio recién estrenado su habitación seguía siendo la misma, aunque «sin los posters». Era igual, sí, pero también más neutra, más oscura. De pronto se encontró en un ascensor con dos chiquillas. Mientras subían se dio cuenta de que se llamaban como ella; en realidad –me aclara– «eran yo, pero cuando era pequeña, cuando tenía siete y tres años, como en las fotos».
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miércoles, junio 08, 2011

aquí, ahora, en ningún sitio

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Cuando llegaste a la ciudad ingrávida
y el tren de los insomnes quedó atrás
sólo ella te esperaba.
Puestos bajo los tilos, colores de mercado,
el sol iluminando el fango de la ría
bajo un cielo intachable

y los ojos del puente mirando hacia la noche.
Perseguimos respuestas
pero vivimos sin porqué.
Era final de julio y en los cuerpos
brillaba el fuego del presente,
el oro satisfecho de la carne.

Nunca hubieras imaginado
que el viaje acabaría así,
divagando por calles sentenciosas
que daban siempre la hora exacta.
Bramaban truenos a lo lejos
pero nadie parecía inquietarse.

Las respuestas no se veían por ningún sitio,
no se hallaban escritas en los muros
ni en las hojas que un niño repartía en la plaza
con la mueca de un fauno.
¿Qué buscabas realmente?
Entrasteis en la ciudadela en ruinas

y nada os recordó el pasado: ningún temblor,
ninguna marca,
por discreta que fuera.
Los fantasmas de viejos caballeros
se retaban a duelo en el patio de armas
pero verlos no estaba a vuestro alcance.

Este lugar no cambia, dijo ella,
como si eso explicara algo.
Queremos una vida
pero la vida está donde nos huye.
Las aguas del puerto eran grises
como las piedras de las escolleras

y pronto los vencejos apagaron el aire
con el manto apretado de su voracidad.
La piel lo gobernaba todo. Y en las terrazas
las mujeres se cubrían los hombros
y pedían a sus acompañantes
la cabeza del tiempo.


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lunes, junio 06, 2011

pausa publicitaria

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Perdonadme este breve paréntesis ególatra, pero la coincidencia en el tiempo de estas reseñas bien lo merece. También porque no se publica un libro todos los días y las lecturas que van surgiendo en distintas revistas y espacios virtuales me sirven para ir componiendo la imagen que los demás tienen de un trabajo del que muchas veces el autor poco o nada sabe, salvo que ha dejado de pertenecerle.

Pedro de Silva ha dedicado su columna diaria en La Nueva España a Perros en la playa y teje una sugerente miniatura a partir de tres de sus aforismos. El novelista Eloy Tizón –un maestro del medio fondo narrativo y compañero de
fatigas en Hotel Kafka– escribe por extenso y con generosa perspicacia sobre el libro en el nuevo número de Ámbito Cultural, la página cultural de El Corte Inglés. Y mi viejo amigo el poeta Fernando Menéndez lo reseña con palabra cómplice en el último número (el de junio) de la revista virtual Literaturas.

Ah, y en el mismo número de Literaturas el poeta y crítico José Luis Gómez Toré escribe sobre Matemática tiniebla con un guiño inicial a La ciudad consciente. Realmente, no puedo quejarme. Gracias a todos, de corazón.
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miércoles, junio 01, 2011

jorie graham / mar cambiante

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«Sea Change» [Mar cambiante] es el poema inaugural del último libro de Jorie Graham (Italia, 1950) hasta la fecha, titulado igualmente Sea Change (Ecco Press, 2008). Un libro de poemas extensos y dilatados, escritos en una especie de versículo de su invención que combina la línea extensa con un puñado de versos cortos, tabulados hacia el margen derecho de la caja, que marcan un cambio de ritmo, un entrecortarse casi de la respiración. El discurso se frena y se acelera a intervalos más o menos regulares, como si llevara en sí el germen de la duda, de las preguntas que lo ponen en cuestión. Todo el libro parte de esta imagen del mar cambiante, de las transformaciones que sufre nuestro planeta, para reflexionar sobre el mundo natural y nuestro lugar en él, la deriva hacia otro modelo de vida, el casi inevitable desastre ecológico al que estamos abocados. Como ha escrito hace poco el crítico Garth Greenwell, «muchos de los poemas de Mar cambiante y de la obra de Graham en general [son] mayormente penitenciales, la historia de un fracaso tanto personal como social». Algo de eso había en el otro poema de Graham que colgué en la bitácora, «Plegaria», pero aquí la implicación del hablante es nítida desde los primeros versos, y explícita también su desazón, la conciencia de saber que algo irrestañable está ocurriendo y de que no hacemos nada para evitarlo, o de que quizás es tarde para hacerlo.

Publiqué mi traducción de este poema en el número de abril de Revista de Occidente, y ahora la cuelgo en esta bitácora después de adaptar a su formato las tabulaciones del original, que tan sugestivas resultan visualmente. Lo más difícil y también lo más vital, porque pertenece a la sustancia misma del poema, a su extraño poder, ha sido rehacer sin merma la inventiva lingüística de Graham: sus neologismos (indrifting, chorusing, in-clingings…), violencias sintácticas, súbitos encabalgamientos… Una poesía, la de Graham, que bebe de los mejores y más altos (de Eliot a Bishop, de David Jones a Robert Duncan), pero que exhibe una voz absolutamente personal, inconfundible, llena de riquezas y atrevimientos que algunos han leído como exceso de ambición pero que a mí, al menos, me parecen de lo más saludable. Quizá porque la raíz de esta poesía, por debajo de sus barnices silogísticos y su profusión discursiva, sigue siendo el asombro. Asombro ante la pujanza, la intensidad, la presencia innegociable del mundo físico. No en vano el poema arranca de una sencilla constatación: «un viento más intenso del que nadie esperaba. Más intento que nunca…». Más intensas, también, sus palabras, a la altura de lo que registran o quieren recrear.

El original, aquí.




mar cambiante

Un día: un viento más intenso del que nadie esperaba. Más intenso que
nunca en la historia de tales
registros. Anti-
natural dicen las noticias. También el cuerpo lo dice. Qué parte del cuerpo… Miro
hacia abajo, puedo
sentirlo, sí, no sé
dónde. Anegándonos, también,
haciendo de los campos, de los árboles, un elenco de personajes
en un drama
innegociable, predeterminado, férrea penumbra de la luz declinante, todo a la vez deshaciéndo-
se a sí mismo. También sostenido, como un odio
en pensamiento, o una vanidad que desciende sobre nosotros
desde ningún lugar & nos
hace sentir el agravio en la fidelidad a una
idea. Todo imprevisible y excitado como las
mañanas de un futuro ignoto. Quién habrá de reparar esto ahora. Y cómo el futuro
cobra forma
con demasiada rapidez. Lo permanente retrocede. No deja
nada en forma de
rastros, el aire los deshace, la hierba brota a cada instante, vida trastornando vida &
alborotándose a nuestro alrededor, como un confinamiento
que hubiera enloquecido, desdibujando la sensación
de nuestro estado
de ser. Que tan sólo ayer existía, tranquilo y
verdadero. Como el derecho a la
privacidad –qué sensación tan extraña, aquí, el derecho–…
Sopesa tu aflicción dice el
viento, no alegues ignorancia, & cada vez más
y más lejos gotea y se pierde el
pasado, mucho más lejos de lo que solía, batiendo contra los postigos que
he vuelto a asegurar, el enorme mal-
entendido me rodea justo ahora, tan
quieta en
el centro de este cuarto, escuchando… ah,
no se trata de decisiones discordantes, todo se muestra
conforme, emprendimos la marcha de buen grado & también sabíamos
jugar según las reglas, & si ahora te digo
vayamos
a algún sitio la idea sucumbirá
al minuto, aquí está ahora, portando su borrasca, su inesperada
ganancia noratlántica, susurrando Sopesa
la masa del océano que se eleva a cada instante hacia
mí, & su
antigua e-
vaporación, & cómo se entrega
a mí, de qué forma el mundo es nuestra ley, este enderivar de nosotros
en nosotros, un corear en nosotros de elementos, & cómo
nuestro entremezclarse carece de in-
teligencia, crea
reverberaciones, sílabas intranscriptibles, anclajes internos, & cómo el asombro es también lo que
se vierte de nosotros cuando, en la
espiral, al fondo mismo de
la cadena
alimenticia, surgido
de la corriente submarina, a un grado más de calor, el in-
dispensable
plancton es empujado en dirección norte & más al norte aún,
y desova demasiado tarde para que las larvas del bacalao incuben,
de modo que los huevos no sobreviven, ni tampoco
la especie al final, en la justo ahora eternamente in-
detenible desaceleración de la
corriente
del golfo, de manera que yo, al hablar hoy en medio del viento, en voz alta, a nadie, tomo conciencia
de pronto
de haber escrito mis poemas, lo siento en
mis manos
inútiles, las palmas en el regazo, & en mi escucha, & también la memoria de una estación en su
plenitud, en la que estalla como un
necio grito este in-
cesante centellear de las hojas, loco por la sombra, sobre todos
los rayos de luz, los muros, las encorvadas filas de árboles
salpicados todos de astillas
de luz como
muecas forzadas –infinidades de ellas– retorciéndose en los muros, sobre la
hierba –bocas
que se adentran en
otras bocas–, aspirando todo el
aire –enormes bocanadas que van y vienen entre las inclementes borrosidades–, & vivifícame
aún más dice este nuevo viento, &
conforme a tu
juicio, &
estoy inclinando mi corazón hasta el fin,
no puedo fracasar, este sábado al mediodía, lanzándome a mí misma,
furias hirsutas a lomos de mis muchas espaldas, contra tus cimientos y tu
mejor árbol
joven, por el que has vuelto a salir para cercarlo con estacas, & las piedras sueltas en el alféizar.


Trad. J. D.