viernes, enero 29, 2010

desde una barca de papel


Hay temporadas en las que el mundo está demasiado con nosotros, como decía Wordsworth. Y así ha sido estas últimas semanas. Las obligaciones laborales me han impedido acercarme a esta bitácora y también, muchos días, a las de mis amigos y afines. Parece que la situación de emergencia remite y que vuelvo a tener una relación más saludable o equitativa con el calendario. Ojalá se prolongue.

En cualquier caso, no quería dejar pasar más tiempo sin anunciar -y celebrar- la publicación de la antología Desde una barca de papel. Poemas (1981-2008), del poeta norteamericano Reginald Gibbons (Houston, 1947), un proyecto en el que hemos trabajado muy estrechamente el autor, los editores -Antonio Reseco y José María Cumbreño, esto es, Littera Libros- y yo mismo, y que es una especie de punto de inflexión, de primer hito en el camino, desde que tuve la suerte de conocer a Reg Gibbons allá por el 2002, con motivo de un homenaje a Luis Cernuda celebrado en México D.F., y descubrí su poesía.

Ya he hablado de Reg en esta bitácora, y también colgué entonces un poema, «Invierno», que aparece de nuevo en esta antología. Autor, a mi juicio, de la mejor traducción que se ha hecho de la poesía de Cernuda en lengua inglesa (en 1977), y finalista hace dos años del National Book Award con su último libro, Creatures of a Day, el trabajo de Gibbons se ha desplegado en diversos frentes: no sólo la poesía y la traducción (de Jorge Guillén, de Sófocles, de Eurípides, de poetas mexicanos contemporáneos) sino también el ensayo, la novela y la edición durante años de una revista crucial para entender la poesía contemporánea norteamericana: la inmensa TriQuaterly, donde, además de intervenir activamente en los debates del presente, también procedió a reevaluar la obra de poetas del medio siglo veinte como Muriel Rukeyser o Thomas McGrath. Doy fe de su celo editorial, porque yo mismo lo he visto en acción mientras trabajábamos en esta antología: esmero, escrúpulo vigilante y una atención minuciosa a los detalles, a fin de que nada se colara entre las mallas de nuestras limitaciones. Así lo demuestra en su propia bitácora, muy bien cuidada, llena de reflexiones que surgen pegadas a tierra, al taller del escritor, pero que no tardan en cobrar vuelo, llenarse de matices y ramificaciones sorprendentes.

Como señalo en la nota editorial, este libro «es el resultado del esfuerzo conjunto de varias personas a lo largo de los años». Además de mis traducciones, también se recogen traducciones de los poetas mexicanos Manuel Ulacia y Víctor Manuel Mandiola (estas últimas, hechas en colaboración con Jennifer Clement) que su autor y yo hemos revisado con detalle. Creo con franqueza que el conjunto no tiene desperdicio; además, retrata fielmente las distintas etapas de su obra, una evolución que lo lleva de una poesía de corte narrativo, muy ligada a la anécdota biográfica, a otra más densa y alusiva, preñada de preocupaciones morales y socio-políticas, donde lo personal y lo colectivo se funden… iba a decir sin fisuras, pero me temo que aquí son precisamente las fisuras, la juntura de colado, lo interesante. Quizá mi poema favorito sea la extensa secuencia que da título al libro, «Desde una barca de papel», pero todos los textos de la última época me entusiasman por igual.

No sin invitaros a dar una vuelta por la página y por la bitácora de Littera Libros, llevadas con nervio y buen hacer por Antonio y José María, cuelgo un par de secciones de su poema en prosa «Migraciones de aves» (It’s Time, 2002) para abrir boca. No os lo perdáis.



MIGRACIONES DE AVES

1.

Pálidas gaviotas se yerguen en los oscuros campos arados igual que parlamentarios.

El aroma de la tierra removida satura el aire.

De pie entre las gaviotas, dos pequeños abrigos negros que graznan.

Dispuestos y apretados en una larga hilera, los cedros parecen haber llegado con la intención de esperar alguna revelación.

Macilento y barbado, el viajero camina junto a ellos por la senda polvorienta rumbo a una u otra civilización, con los ojos abatidos, fumando un cigarrillo, mientras en su mente las innúmeras palabras se han congregado y están a punto de volar hacia el sur sobre el humo de incendios forestales y ciudades.

5.

Había un interrogador que trabajaba para el prefecto jefe de la ciudad, un torturador con una intuición casi infalible de los límites mismos del martirio físico, la humillación y el terror impotente en los seres humanos, un hombre conocido entre sus colegas y superiores por su impecable silencio lo mismo en el trabajo (otros hacían las preguntas sin sentido) que luego, y que con otro nombre escribía poemas.

Estos poemas sobrevivieron a su época, aleteando sin cesar a través del tiempo como una pequeña bandada de pájaros, pero sin regresar nunca a su propio tiempo. Seiscientos o mil seiscientos años más tarde, cuando se redescubrieron fragmentos de poesía entre los escombros desenterrados de grandes edificios antiguos, se estimó que los poemas del interrogador eran de una belleza especialmente delicada y memorable, pero de su autor nada, ni siquiera su nombre falso, se llegó a saber.


Trad. J. D.
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martes, enero 12, 2010

el silbido del verano,

la sombra (de lo que fuimos). Podrían ser dos versos, el comienzo o el final de un poema, pero es el resultado de unir el título de un texto en el que llevo trabajando un tiempo con el nombre de la revista virtual que ha tenido la gentileza y la generosidad de publicar sus primeras páginas, un adelanto quizá prematuro pero que me hace, para qué negarlo, mucha ilusión. A veinticinco años de distancia, el pasado se convierte en una ciudad cuyas calles recorres con aprensión y vaga familiaridad. Hay que caminar muy despacio, sin ansiedad, para que los recuerdos despierten a un ritmo habitable y se engarcen, uno a uno, a tus propios pasos. Se trata, en fin, como tantas otras veces, de construir un paseo.

Por cierto, toda la revista puede descargarse en pdf. No dejéis de explorar este último número (que hace el 12, curiosa y ególatramente); no tiene desperdicio.


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lunes, enero 11, 2010

nieve 3

Mientras volvemos a casa y ensuciamos con nuestras botas el hielo desmenuzado de las calles, crece la evidencia de que sólo las ramas metálicas de las acacias sabrán guardar la blancura o la pureza de la nieve, su neutra fragilidad.

domingo, enero 10, 2010

el arco y la flecha

Una forma de clasificar a los escritores: los que piensan que la palabra es un arco, y los que piensan que es la flecha. Lo malo de los primeros es que a menudo hacen de flecha; lo malo de los segundos es que suelen confundirnos con una diana.

sábado, enero 09, 2010

atención, por favor

Volví a ver ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú hace dos noches, y volvió a maravillarme, más incluso que el guión y la hilarante puesta en escena, el trabajo de los actores: Peter Sellers, como es obvio, pero también George C. Scott y Sterling Hayden, impagables en su parodia del estamento militar norteamericano. Siempre me ha extrañado que la película de Kubrick se llamara originalmente Dr. Strangelove, en honor al científico alemán y nazi irredento que Sellers comienza a interpretar mediada la cinta, pero supongo que el final de la historia es suyo, en más de un sentido, y que el desenlace no hace sino cumplir sus más terribles deseos: genocidio, destrucción masiva y eugenesia. Eso sí, como recuerda ante la sonrisa de satisfacción del embajador ruso, «por cada hombre que baje al refugio nuclear tendrán que bajar diez mujeres, para estimular la reproducción». Toda la parte final, cuando ya es evidente que la bomba ha estallado y estamos en puertas de una guerra atómica, es antológica.

Viendo la película recordé este poema del australiano Peter Porter que traduje hace muchos años (¿veinte, tal vez?) y que pertenece a esa misma época, en plena Guerra Fría, cuando el peligro de la bomba atómica estaba en mente de todos –España, como siempre, un poco al margen del mundo– y se optaba por el humor como antídoto o como forma de olvidar la naturaleza real del peligro. Un poema que está en casi todas las antologías, no sé si por su aire de época o su importancia sociológica, pero que sigue haciéndome sonreír cada vez que lo leo. Una delicia. (Y ya que estamos, hay un parecido más que notable, y hasta sospechoso, entre la lista de instrucciones del poema y el repaso al absurdo kit de emergencia que los tripulantes del B-52 efectúan en la película de Kubrick.)


ATENCIÓN, POR FAVOR

La estación de radar del Polo norte acaba de avisarnos de que
un proyectil nuclear
de al menos mil megatones
ha sido lanzado por el enemigo
en dirección a nuestras principales ciudades.
Este aviso tiene
una duración exacta de dos minutos y cuarto.
A Ud., por tanto, le quedan
ocho minutos y cuarto
para cumplir con las instrucciones
de refugio publicadas en el
Código
de defensa civil
, sección «Ataque atómico».
Una misa de ocasión
será radiada al final
de este aviso
(los oficios protestantes y judíos
comenzarán de forma simultánea),
seleccione su longitud de onda inmediatamente
de acuerdo con las instrucciones
del código. No
lleve consigo animales domésticos (incluidos pájaros)
a su refugio: consumen
aire fresco. Abandone a los viejos y a los
inválidos, no puede hacer nada por ellos.
No olvide accionar el interruptor
de sellado cuando todo el mundo se encuentre en
el refugio. Ajuste la antena
de radiación, encienda su barómetro geiger.
Apague su televisor. Ahora.
Apague su radio inmediatamente
al término de los oficios. Al mismo tiempo
introduzca tapones anti-explosión en los oídos
de su familia. Tome
consigo las bolsas de plasma. Dé a sus hijos
las píldoras clasificadas como 1 y 2
en el recipiente verde de Protección Civil, luego
métalos en la cama. No rompa
los sellos ni abra las esclusas de aire hasta que
la señal de radiación indique que todo peligro ha pasado
(vigile al cuco en su
panel de perspex), o hasta que su médico
de cabecera llame a la puerta.
Si con anterioridad su provisión de aire
se agota o alguien de su familia
se halla en estado crítico, utilice
las cápsulas clasificadas como Valley Forge
(estuche rojo del equipo número 1 de supervivencia),
especiales para muerte indolora. (Los católicos
habrán sido instruidos por sus sacerdotes
sobre cómo actuar en esta eventualidad.)
Esta emisión llega a su fin. Nuestro presidente
ha dado órdenes precisas para
una respuesta militar contundente. No habrá
cuartel. Alguno de nosotros morirá.
Recuerde, según las estadísticas
no es probable que sea Ud.
Las banderas ondean izadas
en los edificios del gobierno, y el sol brilla.
La muerte es lo último que hemos de temer.
Estamos en las manos del Señor.
Lo que ocurra ocurrirá según Su Voluntad.
Ahora métanse rápidamente en sus refugios.

Trad. J. D.

martes, enero 05, 2010

después de la fiebre del oro


Regreso a casa al ritmo del «Down the River» de Neil Young. Uno de sus típicos tiempos medios con aire de blues y estribillo hímnico. Hay un momento, hacia el minuto dos de la canción, en que la guitarra sucia de Young comienza a improvisar un solo, por llamarlo de alguna manera. Técnicamente, es uno de los fraseos más pobres que recuerdo, hasta el punto de arrancar con una sola nota tocada con insistencia, percutida más bien sobre las cuerdas medias, que basa todo su efecto en el aire autista y como alucinado con que llena el intervalo entre los golpes de caja. Oído con auriculares, el solo está lleno de torpezas, howlers y notas confusas. Pero funciona; y muy bien, a condición de que lo escuchemos de fondo, sin demasiada atención, como un ruido cotidiano capaz de ir y venir a su antojo.

Lo mismo hizo Young años después, en el arranque violento de «My, my, hey, hey», una auténtica máquina de escupir grasa y alquitrán sonoros. Que este sea el mismo hombre que ha compuesto joyas ingrávidas como «Old Man» o «Harvest Moon» siempre me ha conmovido, pero hay algo más: pienso que Young siempre ha entendido como muy pocos que la belleza del rocanrol estaba más en la convicción del gesto, la intensidad rabiosa con que se acopla a los latidos de la sangre –algo, por lo demás, muy afín al espíritu norteamericano y su mar de fondo individualista–, que en la precisión o la claridad del movimiento. Lo entiende en un plano visceral, de ahí su fuerza. Le basta con rasguear la guitarra acústica o empezar a cantar con esa voz que siempre vacila al borde de la rotura o el falsete desafinado. Por carácter o por educación soy incapaz de estos extremos –en el fondo particularmente sofisticados– de rudeza. Nunca me resignaré a una nota mal tocada si se puede mejorar, y nunca he creído –al menos en mi caso– que la pureza del gesto, precisamente por ser mío, me redima de una ejecución torpe. En última instancia, admiro más al virtuoso capaz de contenerse y tocar dentro de la disciplina de un grupo, pero soy sensible, como en Young o cierto Dylan, al imán de una gestualidad que lo fía todo al tanteo y el calor del momento, que busca una vibración corporal en el golpeo de las cuerdas y no teme mancharse con sus propios errores. Es otra forma de virtuosismo, supongo, tan excepcional como la de quien posee una enorme destreza técnica. Algo propio únicamente de elegidos. A los demás, si queremos ser honestos, sólo nos queda expiar nuestro pegajoso término medio con la cortesía de la elegancia.

lunes, enero 04, 2010

cosa de dos / 2

Como el habla de los amantes, el lenguaje del poema está recorrido por ambigüedades y expectativas, sobreentendidos y dobles sentidos, inminencias y frases de tensión irresuelta; todo cuenta, cada palabra está imantada por el lugar que ocupa y el énfasis con que suena. Pero el diálogo entrecortado y susurrante que preludia la unión es muy distinto del habla hechizada con que los amantes descansan y tratan de prolongar, por otra vía, la intensidad del encuentro. La poesía conoce ambos estados pues nace alternativamente de uno o de otro: deseo o evocación, canto propiciador o celebración de la pérdida, incluso si lo que persigue o lo que lamenta es un enlace con el miedo, alguna forma de lo terrible.

Todo poema es en el fondo un balbuceo, algo dicho en voz baja, entre murmullos, con afán de seducir o prolongar la seducción, y sin oyente, sin lector, sin alguien que se preste por un tiempo al juego y ponga de su parte, no es nada, no existe. Sólo cuando las palabras se hallan tan cargadas de latencia o de añoranza puede alguien pensar que hablan para él.

sábado, enero 02, 2010

frontera

Primer sábado del año en el Muro. La gente pasea tranquila y bien vestida junto a un mar oscuro y mercurial, imantado por la luna llena que hace dos noches vimos inmensa y colgada sobre la ciudad. Me conmueve el contraste entre la formalidad del paseo y la violencia del agua, como si camináramos junto a la caseta de las fieras en un zoo. Esa convivencia de la ciudad y la jungla, la densidad del agua violenta, su vegetación de espuma y olas voraces.

la maldición

Duda una y otra vez de las alabanzas y amabilidades ajenas. No consigue darles crédito o aceptarlas con naturalidad. Inclina la cabeza, sonríe con timidez, pronuncia unas pocas palabras nerviosas y pasa a otra cosa. ¡Cuántas veces ha realizado comentarios amables e incluso elogiosos sin convicción, cruzando los dedos a escondidas! Su hipocresía pudo ser piadosa o diplomática alguna vez, pero ha terminado por arruinarle el sabor de cualquier plato.

viernes, enero 01, 2010

fiebre

Comienza el nuevo año tomado por la fiebre, envuelto en sudores ácidos que riegan su carne y la funden con las sábanas revueltas. Mientras sale y entra como puede en el sueño, le consuela pensar que por una vez su cuerpo ha encendido a tiempo una pequeña y doméstica llama purgativa, el fuego que ha de quemar los residuos del año pasado.