viernes, agosto 21, 2009

heaney / verano 1969


Mientras la policía escudaba a la chusma
disparando a la calle Falls, yo sufría únicamente
el sol abusador de Madrid. Cada tarde,
en el calor de cazuela del apartamento,
mientras sudaba para abrirme paso
por la vida de Joyce, el hedor del pescado
flotaba como el tufo de una alberca de lino.
De noche, en el balcón, tintes vinosos,
un ambiente de niños en rincones oscuros,
viejas con negros chales y ventanas abiertas
y el aire, una cañada fluyendo en español.
Hablar nos transportaba a casa, por llanuras
tachonadas de estrellas, donde el charol
              [de la Guardia Civil
brillaba como el vientre de los peces
             [en aguas estancadas.

«Vuelve -me dijo uno- y trata de animarles.»
Otro evocó a Lorca en su barranco.
Vimos cifras de muertos y crónicas de toros
en la televisión, famosos que venían
de donde lo real aún estaba ocurriendo.

Me retiré al frescor respirable del Prado.
Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya
cubría una pared: los brazos levantados
y el temblor del rebelde, los soldados
con quepis y pertrechos, el barrido eficiente
de las descargas. En la sala contigua,
sus caprichos, inscritos en las paredes del palacio:
oscuros torbellinos flotantes, destructores, Saturno
enjoyado en la sangre de sus hijos,
el gigantesco Caos dando su espalda
brutal al mundo. Y también ese duelo
donde un par de dementes se apalean a muerte
por asuntos de honor, hundiéndose en el fango.

Pintaba con sus puños y sus codos, esgrimía la capa
manchada de su corazón ante la carga de la historia.

Trad. J. D.
Hace justamente cuarenta años Seamus Heaney era un joven profesor universitario de vacaciones en Madrid con su familia. El calor, al parecer, era el mismo o peor que el de ahora. Y de la lejana y brumosa Belfast venían noticias inquietantes de lo que luego se llamaría La batalla del Bogside, que durante cinco días (del 13 al 17 de agosto) enfrentó a nacionalistas católicos y lealistas protestantes (estos últimos, apoyados sin disimulos por la policía inglesa) con un saldo trágico: ocho muertos, centenares de heridos y un país que definitivamente no recuperaría la normalidad durante más de tres décadas. Heaney escribió este poema poco tiempo después, en California, y lo incluyó en la segunda sección de su libro North (1975). Un ejemplo memorable de poesía civil, de su escritura más explícita y comprometida políticamente con los Troubles.
El original, aquí.

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