domingo, agosto 02, 2009

contraste

Mientras el Novelista hablaba a los asistentes desde su rostro barbado, algo áspero y primitivo, con esa sobriedad enjuta propia de su tierra, me fijé en sus manos, delicadas y blancas, casi femeninas, de dedos largos y esbeltos, finamente tallados hacia las uñas; unas manos que se movían con discreción, subrayando sin alardes los quiebros irónicos, las frases de más peso, jugando con un cuaderno de notas en el que de vez en cuando subrayaban una línea o una lista de palabras, como si pulsaran así un resorte que permitiera reorientar el rumbo de la charla. Miré con envidia aquellas manos, que me parecieron el emblema de su fluidez de narrador, de su admirable fertilidad, y volví a lamentar, por contraste, la ruindad de las mías: los dedos rengos y gordezuelos, las uñas mordidas hasta la extenuación, los nudillos enrojecidos como si habitaran siempre un guante de frío. Las manos de un hombre para el que cada frase es un obstáculo que impide calibrar con nitidez la siguiente; que pone entre la mente y la página la grieta movediza de sí mismo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

qué guapo

Ramiro Rosón dijo...

Sin duda las manos, como el rostro, son espejos del alma, cartografías de nuestra mente. Por alguna razón todavía no aclarada, los adivinos las han leído desde tiempos inmemoriales.

En este fragmento de prosa, se revela una mirada muy atenta a los pequeños detalles, esos que pasan inadvertidos para la mayoría de la gente. Enhorabuena.

Jordi Doce dijo...

Gracias, Alberto y Ramiro. Es sólo un fragmento del diario, y otro ejemplo del género autodenigratorio, tan cultivado por mí. Abrazo, J12

Isidro Hernández dijo...

Hace poco, por cierto, un amigo pintor -acompañado de una hermosa ninfa- tomó la iniciativa de pintar con esmalte las uñas a todos y cada uno de los invitados a la fiesta de una amiga común. Aquello fue un auténtico arrebato creativo, claro, pero sufrido en carne propia. Para un desaliñado y comeuñas como yo, aquello fue algo así como un acto de camuflaje; algo así como dignificar el desaliño de manos y, con ello, mirar de otra manera cualquier actividad hecha "con las manos". (En fin, Jordi, no me lo tyengas en cuenta; hasta yo mismo me asombro de las ocurrencias que alcanzan mi cabeza y se precipitan, como locas, en el teclado de mi ordenador).

Jordi Doce dijo...

Bonita idea, Isidro, aunque en mi caso hace falta algo más que un bonito color de esmalte. Es un vicio infantil y poco digno, pero es lo que hay: la puerta por la que se cuelan los nervios, supongo. Abrazo, j12