viernes, julio 06, 2007

lotófago

A quienes no la conozcáis todavía, os invito a explorar la revista virtual de arte y literatura El lotófago (bien por los ecos homérico y tennysoniano), hecha con muy buen criterio por Marta Agudo y Luis Burgos desde la galería de este último. Un proyecto que lleva algunos años rodando, pero que ahora comienza una nueva andadura con mayor énfasis en la crítica y la creación literarias. Sí, vista la sección de reseñas no puedo negar que son buenos amigos. Pero, en cualquier caso, la página bien vale la pena. Y atención a los dos últimos libros publicados por Luis Burgos: tanto el de Severo Sarduy como el de Eduardo Moga, cada uno en su clase, son espléndidos.

martes, junio 26, 2007

posible ecuación

La poesía, entre otras cosas, es dialogar con la palabra en libertad. Pero nunca como en un poema se percibe que las cosas se parecen a sus nombres. De ahí podría deducirse, tal vez, que en libertad las palabras tienden a caminar hacia aquello que nombran.

domingo, junio 24, 2007

nueva norma

De todas las (viejas) entradas que añadí a esta bitácora el pasado otoño, tal vez la que más interés despertó fue la dedicada a la poeta canadiense Anne Carson. Colgué entonces el poema “Audabon”, de su libro Men in the Off Hours, y me encontré con numerosas personas preguntándome por la autora, el libro, y si estaba traduciendo de manera sistemática su trabajo. La respuesta era, y es, afirmativa. El próximo otoño, si nada lo impide, verá la luz en la editorial Pre-Textos mi traducción del libro con el título de Hombres en sus horas libres. Acaba de aparecer un adelanto en el último número, de junio, de Revista de Occidente: un poema titulado “Ensayo sobre aquello en lo que más pienso”, que colgaré aquí una vez haya caducado el número, es decir, tan pronto salga el de julio-agosto. Sí copio ahora el poema que Amalia Iglesias tuvo la gentileza de publicar hace un par de meses en la sección de poesía del ABCD las artes y las letras. Muestra otro tono de la autora, más elíptico y personal, lejos de la música de reportero de “Audabon” y “Ensayo...”. Ojalá os guste.


NUEVA NORMA

Una mañana blanca de Año Nuevo, hielo duro y reciente.
Arriba, entre el ramaje helado, vi una ardilla saltar y deslizarse.
¿Da miedo? Parecía decir, ojeándome

desde lo alto, sosteniendo una rama que se agitaba
con rígido retroceso—¿o es sólo que hoy todo suena equivocado?
Las ramas

tintinearon.
Se limpió sus pequeños y fríos labios con una mano.
¿Temes las mismas cosas que

yo temo? repliqué, levantando los ojos.
Su imperio de ramas resbaló contra el aire.
¿La noche de los garfios?

¿La hoja del operario abierta en la escalera?
No tiene efecto suficiente, dijo mi verdadero amor
cuando me dejó al quinto año.

La ardilla dio otro salto a una rama más baja
y atrapó un colgador de lágrimas.
El modo de aguantar es

dicho esto
tan
claro.

jueves, junio 21, 2007

los nuevos revolucionarios

[...] Existen dos clases de política, política de partidos y política revolucionaria. En la política de partidos, todos los partidos están de acuerdo en la naturaleza y la justicia del objetivo social a alcanzar, pero difieren en la forma de lograrlo. La existencia de diferentes partidos se justifica, en primer lugar, porque ningún partido puede ofrecer una prueba irrefutable de que su política es la única que puede alcanzar el objetivo común que todos desean y, en segundo lugar, porque ningún objetivo social puede alcanzarse sin sacrificar parcialmente los intereses del individuo o del grupo, y es natural que cada individuo y grupo social promueva una política que limite dicha cuota de sacrificio al mínimo y afirme que, si deben hacerse sacrificios, sería más justo que otros los hicieran. En una política de partidos, cada partido trata de convencer a los miembros de su sociedad apelando principalmente a su razón; reúne datos y argumentos para convencer a los demás de que su política tiene más posibilidades que la de sus oponentes de alcanzar el objetivo deseado. En un sistema de partidos es esencial que las pasiones no suban de temperatura: la oratoria, por supuesto, requiere apelar a las emociones del auditorio para ser eficaz, pero en una política de partidos los oradores deberían mostrar la pasión teatral de fiscales y abogados defensores y no perder los estribos. Fuera del Congreso, a los diputados se les invitaría a cenar en casa de sus rivales; en la política de partidos no hay sitio para los fanáticos.

En una política revolucionaria, distintos grupos dentro de la sociedad tienen opiniones distintas sobre lo que es justo. Cuando así sucede, los conceptos de argumento y compromiso ni se plantean; cada grupo tiende a considerar al otro malvado o demente o las dos cosas a la vez. Toda política revolucionaria es un casus belli en potencia. En una política revolucionaria, un orador no puede convencer a sus oyentes apelando a su razón; puede convertir a algunos despertando y apelando a su conciencia, pero su función principal, ya represente a un grupo revolucionario o contrarrevolucionario, es despertar su pasión hasta el punto de que toda su energía se vuelque en la obtención de la victoria total para su propio bando y la derrota total para sus oponentes. En una política revolucionaria, los fanáticos son esenciales.


Regreso al blog después de no sé cuántos meses con una cita de W.H. Auden, dos párrafos tomados de su ensayo "El poeta y la ciudad". Y lo hago porque pocos comentarios me parecen más ajustados a la estrategia de tierra quemada que nuestra querida derecha política lleva poniendo en práctica desde hace tres años. El PP se ha convertido en un partido revolucionario, una perfecta facción antisistema que busca la obtención del poder a toda costa, sin importar el perjuicio que su actitud pueda causar a los demás. Este comentario puede parecer intempestivo, toda vez que desde hace semanas las aguas parecen haberse serenado un poco. Quizás sea eso lo más peligroso. Han vuelto a ponerse la piel de cordero, pero sabemos (y no deberíamos olvidar) de lo que son capaces cuando las cosas no toman el rumbo que ellos esperan y desean. Recuerdo bien que leí (y traduje) esas líneas de Auden el pasado otoño, cuando las hostilidades estaban en su peor momento, y las aplaudí secretamente por su clarividencia. Muchas veces pensé en colgarlas aquí. Lo hago ahora, cuando parece que mi navegador ha vuelto a recobrar la cordura y a no colgarse, él, en los momentos más inoportunos.

Casi medio año sin escribir en esta bitácora, que ha sufrido las mismas intermitencias que los muchos diarios que he comenzado y abandonado al poco tiempo. De nada sirvieron promesas, seguridades, disculpas tan volátiles como mi ánimo. Los amigos se extrañaban, me lanzaban cordiales reproches, iban perdiendo fe en mi constancia. Esta vez las promesas están de más... Lo prometo.

domingo, febrero 18, 2007

bonifacio y un fragmento de john ruskin

Uno de los rasgos (y, en lo que se me alcanza, bastante universal) de los más grandes maestros es que nunca se esperan que veas su trabajo; parecen siempre bastante sorprendidos de que quieras verlo; y no del todo complacidos. Dígale a uno que piensa exhibir su lienzo en un lugar privilegiado de la mesa con motivo de la gran velada que tendrá lugar en su residencia en la ciudad, y que tal o cual ilustre señor le dedicará un discurso; no se inmutará lo más mínimo, ni siquiera de manera desfavorable. Lo más seguro es que le haga llegar lo más miserable que tenga en la carbonera. Pero llámelo a toda prisa y dígale que las ratas han abierto a mordiscos un feo agujero detrás de la puerta de la sala de recibo, y que desea hacer enyesar y pintar la pared; y le hará una obra maestra que el mundo entero, asomándose por detrás de su puerta, querrá admirar eternamente.

John Ruskin, Mornings in Florence


He pensado mucho en estas líneas de Ruskin a propósito de la retrospectiva de Bonifacio que alberga el Círculo de Bellas Artes de Madrid (Sala Picasso) hasta el 1 de abril. Una exposición espléndida, comisariada por Juan Manuel Bonet, y que incluye, además de sus grandes paneles, numerosos dibujos y bocetos. Bonifacio responde cabalmente al retrato del pintor esbozado por Ruskin: alguien a quien le impresionan muy poco los fastos de este mundo. Su desmarque es tan genuino como su escepticismo lleno de vitalidad y de indagación visual.

Una de las grandes satisfacciones de nuestro trabajo con la galería de Luis Burgos fue la posibilidad, dentro de la colección "El lotófago", de poner en contacto la pintura de Bonifacio con un largo poema (Himno a la vida) del norteamericano James Schuyler. Dos sensibilidades muy distintas (luciferina y agónica la de aquél, impresionista y elegíaca la del norteamericano) que, sin embargo, en el espacio de unas pocas páginas, lograron complementarse sin fisuras.

[en thames walk...]

En Thames Walk, las gaviotas saqueaban el fango bajo una luz metálica, o vestían el aire, ingrávidas, girando sobre el puente de Hammersmith como enormes esporas. Venían de muy lejos, con la marea baja y el olor del salitre, y se instalaban entre restos de plástico, charcos de aceite y leños andrajosos, la basura procaz de los bajíos. Allí, junto al breve jardín del tiempo compartido, la brisa del Atlántico mordía las maderas y el cemento, velaba la otra orilla donde a veces, a media tarde, un sol desafiante hacía relumbrar los descampados. Era el Londres de Blake, con sus calles censadas y sus fraguas satánicas, la niebla parda de la irrealidad, el río abandonado por sus ninfas, el cielo donde torres de ladrillo ondeaban su fuego seco. Nada era nuestro entonces, sólo aquellas conversaciones, la fresca letanía de agravios y cansancios junto al pretil solícito, el peso muerto de la expectativa caminando sin prisa a nuestro lado. Trama de herrumbres prematuras, el tiempo era un espejo en cuyo azogue plantábamos palabras impacientes, semillas de palabras que pudieran un día suplantarnos. Ahora sé que el deseo de ser oscurecía el ser, que la sangre no fluye a voluntad; hurtarnos al presente era una forma de inventar otro nuevo, de alzar con negaciones la quimera del sí, la casa en espejismo de la consumación. Se adensaba en los muros la penumbra inconsútil de la tarde y nosotros hablábamos, hablábamos, llevados de la mano de la urgencia, escrutando las aguas donde un rostro borrado nos llamaba... Una vez, en la orilla, vimos brillar la cola de una rata. Al tenue resplandor de las farolas, su negrura coriácea restalló ante nosotros como un látigo. Vislumbramos luego el pelaje, la blandura grasienta de su lomo, sus bruscos movimientos de reptil ofuscado. Regresaba a su hogar, como nosotros, bajo la tenue luz de las farolas, soldado en su trinchera de despojos, señal de algún augurio que no supimos descifrar. ¿De qué tenía miedo? ¿De la noche incipiente? ¿De la voz que calló de pronto al atisbarla, vencida por la intriga? El aire pensativo, con el terco espesor de las horas sin rumbo, se engastaba en la piel como una especia, borrando el crepitar de nuestros nombres. Invisibles a todo, sólo el vapor del río supo ofrecernos algo semejante a un cuerpo. Obedientes al aguijón del frío, respiramos su aliento alquitranado hasta formar con él un nuevo rostro, hecho de espera y de esperanza, y otra vez fuimos vulnerables.


(Escrito en el otoño de 2004, con el recuerdo de aquellas tardes de domingo en el barrio de Fulham, en casa de mis buenos amigos Cristina Fumagalli y Jon Dean. Si no hubiera sido por su hospitalidad, qué mal hubiera conocido Londres entonces. Estas líneas no son más que un fuerte abrazo nostálgico desde un Madrid casi tan gris, aunque mucho menos frío.)

jueves, febrero 15, 2007

nuevo número de 7de7

Mi antiguo compañero en la revista Solaria, el poeta Marcos Canteli, acaba de publicar en la red el último número (que hace el 5) de la Revista de escritura & poéticas 7de7 (también podéis encontrarla en la columna de vínculos). De lo mejor que se está haciendo hoy en día en la red, sin duda alguna. Me alegra, en especial, encontrar unos pocos poemas del malogrado Claude Esteban, así como los textos de Mariano Peyrou, Luis Marigómez y Ana Gorría. Marcos ha tenido, además, la gentileza de incluir algunas de las hormigas blancas que dejé fuera, por simples problemas de espacio, del libro publicado en Bartleby. (Por cierto, tendré que darles otro título, contaminado ahora por un infecto programa de televisión.)

Sirvan esta nota y el poema de la canadiense Anne Carson que subí ayer para reactivar una bitácora que llevaba demasiadas semanas hibernando. No se puede tener la cabeza en demasiadas cosas a la vez; al final simplemente te quedas sin ella. Prometo ser más constante en el futuro.

miércoles, febrero 14, 2007

anne carson / «audabon»


AUDUBON

Audubon perfeccionó un nuevo método para dibujar pájaros
[que declaró suyo.
Al pie de cada acuarela escribía «tomado del natural»
lo que significaba que abatía los pájaros

y se los llevaba a casa para disecarlos y pintarlos.
Dado que odiaba las formas inmutables
de la taxidermia tradicional

construía armaduras flexibles de madera y alambre
sobre las que disponía la piel y las plumas del pájaro
–o en ocasiones

pájaros totalmente destripados–
en poses animadas.
No sólo el armazón de alambre era nuevo, sino también la iluminación.

Los colores de Audubon se sumergen en tu retina
como un reflector
rastreando el cerebro de arriba abajo

hasta que apartas la mirada.
Y acabas apartándola.
No hay nada que ver.

Puedes pasarte el día mirando estas formas verdaderas
[y no ver el pájaro.
Audubon concibe la luz como una ausencia de oscuridad,
la verdad como una ausencia de desconocimiento.

Es lo contrario a un día apacible en Hokusai.
Imaginemos que Hokusai hubiera abatido y rearmado 219 leones
y luego hubiera prohibido a su propio pincel pintar la sombra.

«Somos lo que logramos hacer de nosotros mismos», declaró a su esposa
durante su cortejo.
En los salones de París y Edimburgo

donde recaló para vender su nuevo estilo
este francés nacido en Haití
se hizo iluminar

como un noble rústico americano
desplegado en las poses esplendentes del Gran Naturalista.
Le amaban

por el «frenesí y el éxtasis»
de la genuina realidad americana, especialmente
en la segunda (y más barata) edición en octavo (Birds of America, 1844).


Anne Carson

Traduccion de J. D.